23 de septiembre de 2010
Hoy ha sido mi primer día en Arles. Ayer fue el comienzo de esta aventura.
Podría decir que estoy contenta y a la vez ansiosa. Vamos, lo normal cuando se empieza un nuevo viaje, una nueva etapa en la vida. Sobre todo cuando implica un nuevo país, una lengua distinta, gente desconocida.
Al llegar a un sitio nuevo veo todo como perfecto. Sin embargo tengo que admitir que esta vez tengo un poco de miedo. Esta aventura no es como las anteriores: vengo a trabajar, y eso sé que implica muchas otras cosas. Además es mi primer trabajo. Al principio no quería hacerlo, ahora estoy muy entusiasmada pero eso hace que en realidad me ponga más nerviosa. Ahora ya no es sólo lo que tengo que hacer, sino que además quiero hacerlo bien.
Pero lo que os quiero contar con este blog es el día a día, así que a lo que iba:
Miércoles 22: En Barajas me encuentro a Paz (la de la FFT) y a su novio Patrick. Me vino bien porque así se me pasó el tiempo más deprisa. Por cierto, ella también se va de auxiliar, a Dunquerque al norte de Francia. Luego, en la cola de facturación conocí a Luis, un chico de Mérida muy majo con el que ya hice el resto del viaje. Retraso del avión, del tren, un lio para comprar el billete en la maquinita infernal de SNCF. Al final todo salió a pedir de boca y a las 7 de la tarde, después de coger el urbano gratuito de Arles, la Starlette, estaba en el número 71 de la Rue de Refuge. La que sería mi casa a partir de ese mismo instante. Me abrió la puerta Madame Rossi, una señora de 85 años muy amable, simpática y charlatana que no para de llamarnos “mio amore, mio cuore”, “mes grands-filles” y miles de cosas dulces. Por la noche salí a cenar con Marina. Probé las especias y el vino Provenzal en la terracita de un pequeño restaurante francés frente al anfiteatro romano. Muy romántico todo, muy francés.
Jueves 23: día de las compras. Básicamente un día práctico con Marina. Ya tenemos número de teléfono francés, de Orange. El mío es 0647224285. No podía faltar el 22. Compré ya cosillas sans gluten y ya me hice socia de un supermercado. No es de extrañar. El único problema: internet. Por la noche para conectarnos un poquillo nos fuimos a un cibercafé en el que sólo había hombres árabes. Fue como teletrasportarse por un momento a Estambul o a Marraquech. Todo sigue siendo muy francés en realidad. Me encanta la diversidad de este país. Puede que mucho más de lo que les gusta a ellos.
Esto es lo que veo por las mañanas cuando abro la ventana de mi habitación…